A las horas distantes.

Un susurro, una caricia. El calor humano en contraste con la indiferencia de unas sábanas frías. Unas palabras dichas a destiempo que parten un corazón, mientras gotas saladas amargan las comisuras de unos labios que solo sabían sonreír. El sonido sordo de una despedida; una banda sonora formada únicamente por el crujido de un alma resquebrajándose y deshaciéndose en grietas. Mentiras piadosas urdidas para aliviar la respiración pesada de unos engranajes que están cansados de funcionar. Un dolor profundo que inventa un nuevo agujero negro en mitad de la Vía Láctea, pero que no llega a comerse más que una sola existencia. 

Sentirse caer en un pozo oscuro, en el de los no puede ser, mientras unas pesadas alas de hojalata pegadas a la espalda, en vez de ayudar a volar, hunden más en la miseria. Porque marchitas, de acero y frías, recuerdan lo que pudo haber sido y no fue. Comprobar lo longevas y eternas que pueden ser las horas cuando no existe la manera de hacer volar el tiempo, sufrir en carne propia la necesidad de dormirse y no volver a despertar (no hasta que las heridas cicatricen). Pero pasa una eternidad antes de que eso ocurra. Noches y días, que dejan de llamarse así porque todas las horas son iguales a las anteriores, derramando el alma entera sobre una cama que todavía huele demasiado a él. 

Existe la profunda creencia de que, si uno se atreve a tocarse el pecho para comprobar cuán intenso y desgarrador es su dolor, se encontraría con un vacío en el centro de su ser. Uno intangible y que lo come todo con un hambre insaciable. Porque el amor vuelve a los humanos criaturas bellas, capaces provocar milagros nunca antes imaginados. Pero el rechazo es cáncer y mata la esencia de las personas. Las hunde y resalta todos esos defectos que más tarde, la parte masoquista de cada una de ellas se ocupa de señalar y subrayar con fosforescente. El desamor mata en vida y quita todas las armas posibles para combatirlo, como el paciente griposo que pierde el hambre. Y la única forma de escapar del agujero negro, del dolor y de las alas de hojalata que se han convertido en un cepo para el alma, es despertar interiormente. 

Resurgir, como un ave fénix, de las propias cenizas. Es recuperar aquellas alas luminosas y etéreas que llevaban a lo más alto del cielo sin necesidad de batirlas. Es encontrarse a uno mismo y no avergonzarse del reflejo que ofrece el espejo. Es amarse para permitir que, algún día, otra persona pueda volver a amarnos.

5 comentarios:

  1. Yo siempre pensé que el amor volvia al ser humano tonto de remate, pero tu texto me ha convencido un poquito de lo contrario :)

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    1. El amor es lo más bonito que tenemos. Intento recordármelo siempre, puesto que hay veces en que lo olvido por completo.

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  2. Lo primero es amarse, siempre tienes que amarte, ya sea para que te amen, amar o para vivir mejor, porque quien confia en sí mismo lo puede hacer con los demás.
    Me ha gustado tu textos, y me ha recordado a algún texto mío donde hablo con detalles al empezar.
    te sige, marencalma.

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    1. PS: me gustan los dibujitos de los pájaros y las jaulas abiertas :))

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    2. Gracias por seguirme, se agradece una voz amiga de vez en cuando. Y gracias por lo de los pajarillos, a mí también me parecieron adorables :)

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